Carnes y máquinas
Lo que separa a los seres humanos de los animales es sólo sintaxis y tecnología. Los monos poseen claves para identificar un pájaro por su gorjeo, para denotar el peligro de una serpiente según su piel, pero no establecen conexiones del tipo: 'Oye, ahí abajo hay una serpiente como la que vimos el otro día'. Les falta la sintaxis. En cuanto a la tecnología, hay que fijarse en las diferencias que separan los conjuntos cerebrales, su complejidad y su potencia.
Entre los animales y los seres humanos se mantiene un lapso que ni siquiera el más abnegado adiestrador puede colmar con chimpancés o loros. Pero ¿qué decir de las máquinas? Las máquinas son productos humanos y no serán nunca como los humanos pero ¿cómo negar que cada día se acercan más? En la fantasía de los robots dominan dos relatos contrapuestos. Uno, muy utilizado por las historias de terror, es el de la rebelión de la criatura. El artificio adquiere una autonomía que le impulsa a conducirse como Spartaco. Muerte al tirano. Emancipación total. Otro, sin embargo, cultivado por Asimov es el de la docilidad absoluta. Las tres leyes de la robótica que enunció Asimov eran: 1.Un robot no puede actuar contra un ser humano o, mediante la inacción, ocasionarle daños. 2. Un robot debe obedecer las órdenes de los seres humanos, salvo que entren en conflicto con la primera ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, a no ser que contradiga alguna de las leyes anteriores. El robot de Asimov es, en suma, el robot ideal. Podrían crearse siervos de mayor calidad a través de la apropiada clonación de personas pero todavía repugna. El objetivo sobre el que se concentra hoy el MIT y otros centros de investigación adelantada es un robot que posea no ya una inteligencia artificial, sino algo que pueda parecerse a la conciencia. En cuanto el robot la adquiera se habrá establecido la mágica pasarela entre sujetos humanos y aparatos, entre la carne y la máquina.
Rodney A. Brooks director de 230 personas en el laboratorio del MIT dedicado a Inteligencia Artificial y presidente de iRobot Corp, acaba de publicar un libro, Flesh and Machines: How Robots Will Change Us (Pantheon) donde plantea un horizonte de postespecie. Hasta ahora tuvimos clara la distinción entre los automóviles, los frigoríficos de dos puertas, los ordenadores y nosotros mismos. Pero está forjándose un momento en que esa barrera dejará de poseer tanta entidad. Dentro de veinte años, más o menos, según calcula Rodney Allen Brooks, se registrará un cambio asombroso. No sólo las máquinas dejarán de ser los toscos instrumentos que funcionan cuando les pulsamos un botón sino que se eregirán como compañeros interactivos, bultos seudovivientes que alterarán incluso nuestra manera de ser. De la relación con los animales hemos aprendido a lo largo de millones de años pero ¿cómo resultará la experiencia de convivir dentro de poco con extrañas criaturas que nos miran a los ojos, nos hablan, nos orientan, se conduelen cuando pierde el Real Madrid?
La pasión por crear robots se remonta hasta los egipcios que colocaban brazos mecánicos en las estatuas de sus dioses y los agitaban sus sacerdotes. Los griegos construyeron también estatuas que operaban con sistemas hidráulicos. Fabricar robots fue la obsesión del siglo XVII y XVIII aprovechándose de los avances industriales y se diseñaron músicos o muñecas que tocaban instrumentos los unos y dibujaban las otras. Un checo de comienzos del siglo XX, Karel Kapek, fue quien introdujo el término 'robot' procedente de la palabra checa robota que significa servidumbre o trabajador forzado. ¿Podrá no obstante mantenerse este concepto tan burdo cuando sobrevenga el conmovedor porvenir que anuncia Rodney Brooks?
Las máquinas llevan camino de ganar un estatus entre los seres vivos como no habrían podido imaginar nunca. ¿Un estatus de derechos de máquinas? Obviamente. Una carta de derechos de robots, de derechos equiparables a los animales y semejantes a las facultades otorgables a una minoría social más dentro del inmediato universo multiénico, multisexual o multicorporal, con carnes y máquinas.
Artículo publicado originalmente en el diario "El País" el viernes 19 de febrero de 2002. Publico este artículo por su interés, a pesar de no disponer de la autorización para hacerlo. En caso de que los propietarios de los derechos consideren inaceptable su publicación les ruego me lo señalen. En ese caso procederé inmediatamente a suprimirlo de este blog.
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